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La mochila del miedo

Por Sol Ruiz

Nací en Ciudad Real y vivo en Valencia desde hace 37 años. Estudié Filosofía y Letras en Madrid y siempre sentí una fuerte atracción por la Medicina relacionada con la Filosofía, la Psicología y el Crecimiento Personal. Estudié también durante cuatro años Medicina Natural en Valencia, me formé como terapeuta alternativa y durante quince años impartí cursos y realicé terapias basadas en la meditación, el autoconocimiento y la escritura como medicina del alma. También soy escritora. La poesía, la narrativa y el ensayo son mi campo de trabajo y desde 2008 gestiono un blog que he titulado «El cesto de las chufas» en el que trato de compartir sobre todo conciencia, como en los libros de poesía. A la homeopatía, a esa Medicina humanísima, tan eficaz y completa como sabia, le debo una gran parte de mi bienestar y de mi crecimiento como ser humano.

Hoy voy a hablar  del miedo. Porque estoy convencida de que es la clave de casi todos los problemas de ajuste en la convivencia entre los seres humanos. El miedo está presente en nuestra especie desde la noche de los tiempos. Nace con nosotros. Por eso, seguramente,nacemos llorando.

¿Es un instinto, una emoción, un pensamiento? ¿Qué lo produce?

Es una emoción instintiva capaz de producir pensamientos y condicionar la mente, la conducta, las relaciones interpersonales y hasta la salud. Con él somos capaces de crear un paradigma que nos puede condicionar la vida, las decisiones, la libertad y el conocimiento de la realidad, falseándola y deformándola.

¿Es el miedo igual en todas las culturas y situaciones o presenta diferencias?

El instinto es el mismo: huir y evitar aquello que amenaza nuestra seguridad y/o nuestra supervivencia o nuestro bienestar o nuestro nivel de vida, nuestra libertad, o nuestras posesiones, cargos, trabajo o prestigio.

¿Qué diferencia hay entre el miedo de un emigrante y el de un europeo bien situado?

Creo que no son estados comparables aunque el mecanismo del miedo sea elmismo.

¿Qué diferencia hay entre el miedo de un emigrante y el de un europeo oprimido y marginado en su propia cultura?

Creo que, en esencia, ninguna.

La situación es idéntica aunque las culturas sean muy distintas. De entrada, ambos están condenados a la marginación. Aunque si el emigrante está más sano y mejor dispuesto para la integración tendrá más y mejores oportunidades de alcanzar un nivel de vida digno, cosa que el marginal autóctono nunca podrá conseguir si no acepta reeducarse e insertarse en la sociedad por la que ha sido y se ha sentido rechazado.

Digamos que ese miedo connatural tiene una explicación sociológica, económica y política; está generado por la desigualdad, la injusticia y la terrible inconsciencia del egocentrismo, que también está conectado con el miedo. De hecho, acapararlo todo, querer para sí mismo todo el poder y toda la riqueza, la misma avaricia e incluso la violencia son productos del miedo a no ser nada o nadie, sin riquezas y poderes que garanticen unos valores personales que no se tienen. De lo contrario, si se tuvieran esos valores, no sería necesaria tanta “lucha”, tanta intriga, tantos tinglados y corrupciones, tanta claudicación ante la miseria moral que ha dado como resultado un sistema deshumanizado y condenado por sí mismo a su deterioro exponencial y a la extinción, por el mero hecho de ser insostenible en todos los aspectos.

En realidad nuestra civilización occidental sólo ha sido un organismo antropológico fagocitador del planeta Tierra; se ha esmerado en invadir y apropiarse de continentes, mares, océanos y hasta de la atmósfera como autopista hacia el vacío, empujada por un sinsentido fundamental carente de conciencia. Ha hecho de la ciencia un barullo especulador y de las relaciones humanas un negocio consumista. Del trabajo un suplicio y una forma ineludible de opresión y explotación y del ser humano una máquina de producir y consumir. De acaparar o de servir, de amos y esclavos, que se esfuerzan cada día por no asumir que son víctimas y verdugos de sí mismos, por idéntica causa: el miedo.

Por miedo a la pobreza generaciones enteras se han sumergido en la ambición, conquistando tierras que no le pertenecen a nadie, que, para más inri, en realidad son un usufructo de todos, principalmente de los que las habitan desde hace siglos e incluso milenios. Nadie posee nada cuando llega a este mundo y nadie se lleva nada cuando se va de aquí, es más, el único capital que puede llevarse es una conciencia sana, una paz gozosa por haber dado lo mejor de sí mismos , sembrando igualdad, empatía fraterna y amor sin fronteras.

El principal impedimento para obtener la lucidez necesaria que nos facilite la comprensión de esta realidad es el miedo a sufrir si se carece de riqueza y de poder ya sea adquisitivo, emocional, mental, operativo o financiero. Por eso también la seducción, mediante ideologismos, credos religiosos pero no espirituales, ciencia manipuladora, publicidad de todo el conjunto abductor, se utiliza para “enamorar” voluntades y manipularlas a tutiplén. El éxito consiste en “conquistar” clientes consuetudinarios, que adquieran la costumbre de asumir como propio y sin reflexión autocrítica el discurso propagandístico diario, cuyas dosis nos dan en las noticias, en las tertulias mediáticas, en las películas y series generalmente procedentes de grandes emporios empresariales que hacen de la cultura de la imagen su caballo de Troya perfecto. 

Si conseguimos romper el maleficio del engaño y salir de la ratonera mientras contemplamos sus manifestaciones en las pantallas, relatos, noticias o redes sociales, observaremos que en la base de todo argumento o propuesta, late el miedo. Puede ser el miedo a no estar al día, a no enterarse bien de los rifirrafes, puede ser el miedo a no ser popular y aplaudido por fans de Instagram o de Facebook. El miedo a ser engañados por “los malos”, el miedo a que gobierne el “enemigo” que piensa distinto, el miedo a que los emigrantes nos quiten “lo nuestro”, como si nuestra cultura maravillosa no les hubiese dejado a ellos en la miseria quitándoles “lo suyo” desde los grandes imperios hasta hoy.

Miedo es la enfermedad más grave de nuestra civilización. El origen de los complejos de inferioridad y de superioridad, que en realidad son dos caras de la misma moneda. Una sintomatología que despista porque casi siempre va de sobrada y de quejica, alternativamente. Cuando un pobre sin evolucionar ni haber entrado en sí mismo aprovechando la tesitura de su estado, se hace rico o poderoso de repente, se comporta salvo excepciones, con la misma prepotencia y banalidad que los ricos de siempre, incluso, puede que se vengue de quienes le miraban mal en su anterior estado. Algo así sucedió en la Rusia comunista tras vencer al enemigo ricachón y conquistar el poder social. ¿No habría sido más inteligente, práctico, eficaz y humano que en vez de matar al Zar y a su familia, les hubiesen reeducado y regenerado como seres humanos trabajadores y normales sentando un precedente de verdadera revolución que cambia el mundo? Un pueblo despierto y sano lo habría hecho así, pero era imposible que habiendo sido domesticados y torturados por el miedo tuviesen reacciones de mejor calado hacia sus verdugos y explotadores. De ese modo un legado tan inteligente y justo como el de Karl Marx se utilizó para darle la vuelta y usarlo como directriz de una nueva forma de injusticia, que por llamarse “dictadura del proletariado” no demostró ser más sana y justa que la dictadura del capital, por eso el mundo no ha cambiado y vuelve una vez y otra al mismo derrotero. Con la eterna pandemia del miedo como caldo de cultivo.

Puede que la clave sea que sólo la evolución de la conciencia, que es la materialización práctica del alma, sea el motor de ese cambio de civilización, y lo primero que nos quita es el miedo. Ojo, que eso no significa ser unoskamikazes y lanzarse a la vida sin reflexionar ni aprender a gestionar la realidad de cada día, todo lo contrario: solo mediante una reflexiva toma de conciencia consciente,se puede cambiar una misma y en consecuencia, el mundo inmediato que nos rodea. Si uno mismo cambia es inevitable que haya repercusiones y “contagio” curativo alrededor.

Tenemos muchísimo que aprender de nuestros hermanos y hermanas emigrantes refugiadas -todo migrante es refugiado, porque lo mismo matan las bombas y la metralla que el hambre, la enfermedad sin remedios, la escuela sin recursos, la pobreza extrema y la esclavitud desalmada del egoísmo.

En los cuatro años que llevo cooperando con nuestras hermanas y hermanos migrantes, voy descubriendo en primera persona que tienen mucho menos miedo y más energía, salud psicoemocional, esperanza y optimismo que nosotros, los “ricos” y “listos” de Occidente. Y si por fortuna este mundo desquiciado logra sobrevivir a las pandemias de su propia fabricación, acabará por comprender cuánto tiempo y recursos ha perdido invirtiendo en el negocio equivocado, porque el primer y más básico ‘negocio’ es el milagro de la vida revelado en cada ser humano , una riqueza insustituible que nunca jamás ni bajo ningún concepto ni dogma debe abandonarse en manos del miedo, aunque se presente disfrazado de dios. Más aún, si se presenta de ese modo, no sólo no es dios, es el timo de la estampita. 

Seremos libres de verdad cuando lleguemos a comprender que el miedo es una enfermedad privada y social que se trasvasa de un plano al otro y nos contagia si andamos mal de inmunidad autoconsciente. La medicina verdadera lo detecta y lo sabe muy bien. La homeopatía es una herramienta extraordinaria para ayudarnos a sanar desde lo más profundo del ser porque nos fortalece desde la cooperación biológica en vez de debilitarnos con el desgaste del “combate”. Sólo hay lucha cuando hay miedo, aunque parezca lo contrario. Y el organismo lo detecta. La vida es sabiduría orgánica y psicoemocional mucho más que una mecánica de automatismos. 

Seremos libres y estaremos inmunizados de verdad cuando experimentemos que todos los seres humanos somos iguales y dignos de los mismos derechos y deberes, cuando sintamos que un enfermo, un emigrante, un desterrado, un desahuciado sin techo, un pobre, una víctima del sistema, es nuestro hermano, nuestra hermana. Nuestra familia universal sin exclusiones. El amor consciente sin fronteras mentales y emocionales es la mejor vacuna, el mejor tratamiento posible, el antídoto personal y social de todo descalabro,el mejor legislador.

Está cada vez más claro: el único modo de ser libres, sanos, justos y felices es dejar para siempre en el contenedor del reciclaje la mochila del miedo. Para ello hay que ir dando forma a la mochila compartida de la generosidad individual y el optimismo de la inteligencia colectiva. La auténtica seguridad social.

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