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La medicina en Fortunata y Jacinta. En el año del centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós.

Por Dr. José Ignacio Torres

Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
aún en estos libros te es querida y necesaria,
más real y entresoñada que la otra:
no ésa, más aquélla es hoy tu tierra,
la que Galdós a conocer te diese,
como él tolerante de lealtad contraria,
según la tradición generosa de Cervantes,
heroica viviendo, heroica luchando
por el futuro que era el suyo,

no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
 
Luis Cernuda: Desolación de la Quimera. (1962)

Introducción

En estos días extraños he tenido la fortuna de leer a Galdós y darme cuenta de que complementa armoniosamente mis lecturas cervantinas en aspectos tanto literarios como humanos ya que, cosas del destino, ha coincidido con la aventura de leer de nuevo el Quijote, pillándome al comienzo de su segunda parte.

Dicen los que saben que Miguel de Cervantes y Benito Pérez Galdós han sido los dos novelistas más importantes que ha dado este país y que ambos compartían el ideario del relativismo de la verdad y la aceptación de los diferentes puntos de vista sobre la realidad. De modo que tanto a nivel personal como médico no puedo estar más de acuerdo.

En los días que primero encamado y luego sentado disfruté de la lectura de Fortunata y Jacinta me sorprendió la cantidad de referencias médicas y farmacéuticas que a lo largo de la novela se señalan.

Son numerosas las descripciones de enfermedades, la fabricación de los medicamentos en la botica, su empleo y toxicología. Y aparecen en el transcurso del relato reflexiones y referencias de Galdós a la figura del médico y de otras profesiones sanitarias.

Hemos de recordar que la novela transcurre a finales de la segunda mitad del siglo XIX y que fue escrita entre 1886 y 1887. Como es propio del escritor, a través de cada capítulo está presente el análisis detallado de la vida social y política del momento (tan mudable por cierto en aquellos años de guerras, revoluciones, repúblicas y restauraciones de monarquías)* perfectamente ensamblado con las vidas de los protagonistas de la historia y sus enfermedades, como la neumonía del señorito Juan Santa Cruz, que se enfría de tanto correrla.

Las enfermedades de los protagonistas de la novela

Traigo a colación solo unos ejemplos de las muchas páginas dedicadas a la descripción minuciosa de enfermedades de los protagonistas de la historia y de los sin nombre que en aquellos años sufrían de penalidades y de hambre. Una época en la que la esperanza de vida estaba alrededor de los 40 años y la mortalidad infantil era del 30%.

Padecimientos como la hepatopatía alcohólica de Mauricia la dura, con sus accesos de delirium tremens al faltarle la bebida o la ascitis y edemas en sus últimos días de vida, o la locura transitoria con accesos de cólera de José Ido del Sagrario, generalmente después de comer carne, con esa violenta celotipia que le acomete.

Ocupan numerosas páginas las diversas enfermedades de Maximiliano Rubín, tanto las físicas que le hacen guardar cama frecuentemente, como las mentales, que remedan a una más que posible esquizofrenia (que era una enfermedad con la que Galdós había tenido que convivir). Las descripciones detalladas de los cambiantes estados de ánimo, de la violencia y la ira al mutismo y la depresión, sus respuestas a los cuidados de su tía doña Lupe la de los pavos y los diversos tipos de tratamiento dan cuenta de una posible enfermedad bipolar o un trastorno del ánimo asociado a la psicosis. En cualquier caso, la fragilidad física y psíquica del personaje es uno de los hilos conductores del relato hasta la última página de la obra, en la que de forma voluntaria se dirige al manicomio de Leganés.

Aparecen descritos hechos sanitarios frecuentes en la época como la elevada mortalidad infantil por enfermedades carenciales e infecciosas (cólera, sarampión, viruela, tuberculosis, gastroenteritis…), ejemplificado en el fallecimiento del primer hijo de Fortunata y el señorito Santa Cruz y en la alta orfandad que da razón de ser a las fundaciones benéficas de Guillermina Pacheco.

Pero también cobran protagonismo las enfermedades de los ricos, como la cardiopatía que afecta desde hace años a uno de los personajes más bondadosos, sensatos e inteligentes de la obra, Manuel Moreno Isla. Galdós describe los síntomas que le aquejan (dolor torácico y disnea progresiva) y la ineficacia de la medicina de esa época, tanto para llegar a un diagnóstico más o menos preciso como para encontrar algún remedio. Es así hasta el punto de que tanto los amigos y familia como los galenos le dan una atribución nerviosa a la sintomatología de Moreno Isla. Lo que parece ser una miocardiopatía o un proceso cardíaco hipertensivo o isquémico termina trágicamente con la muerte súbita en su domicilio, encontrándose a solas.

La muerte de Fortunata por hemorragia puerperal

Aquí traigo otra antiespasmódica. La he hecho yo mismo, y traigo también el percloruro de hierro, y la ergotina por si acaso.

Cuarta parte. Capítulo 6.

Con estas palabras, expresa el amigo Ballester su preocupación por la salud de Fortunata recientemente parida, haciéndonos ver los medicamentos que se empleaban en aquella época para los dolores y la hemorragia puerperal.

Y es que en el aspecto gineco-obstétrico destacan en la novela la infertilidad de Jacinta en contraste con la familia numerosa de su hermana; los cuidados del embarazo, tan dispares en función de la clase social en la época; y el de las mujeres parturientas, con sus complicaciones y limitaciones terapéuticas de entonces, que terminaban con el fallecimiento de la madre por hemorragia puerperal, como es el caso de Fortunata a pesar de los cuidados del partero Quevedo y de Ballester que aportaba sus boticas (como la ergotina -cuyo principio activo es el cornezuelo del centeno- empleada para provocar contracciones del útero y detener sus hemorragias), o por fiebre puerperal que eran tan frecuentes y por ello, socialmente asumidas y aceptadas.

Hay que recordar que Lister había desarrollado la antisepsia en 1860 y Semmelweis había publicado sus trabajos sobre la fiebre puerperal y el lavado de manos el año siguiente, es decir, sólo 10 años antes de la boda de Juan y Jacinta, y que como todos los avances médicos relevantes, se habrían de incorporar poco a poco a la práctica habitual.

Coincide como punto final de la obra la visita al cementerio de Maximiliano para ver la tumba de su esposa y comprobar su fallecimiento, con el entierro de Evaristo Feijóo, militar viajado y curtido en mil batallas y amigo de Fortunata, fallecido después de un deterioro progresivo pero relativamente brusco tanto físico como mental por senilidad en un hombre de 70 años, que entonces era considerado un anciano.

Las descripciones de la botica de Galdós

Entre tanto padecer, tanto cambio político y tantas misas, aparece en la botica Segismundo Ballester para enseñar y guiar a Maximiliano Rubín en el arte de la preparación de los medicamentos, mezclando en proporciones exactas materias sólidas y líquidas en la rebotica. Además de maestro, compañero y amigo, será para él elaborador y prescriptor de todo tipo de remedios, como el bromuro de potasio y el cannabis indica por sus propiedades sedantes, con la intención de mejorar su deteriorada salud mental. La botica será un espacio protagonista en la novela.

Salen en sus páginas, por ejemplo, el extracto de belladona para el tratamiento del reuma de la mujer del partero, o el bálsamo tranquilo** que se usaba entonces de forma tópica en dolores reumáticos, cólicos y neuralgias.

También receta Ballester bizma, que es una composición medicamentosa en forma de pasta blanda hecha con estopa, aguardiente, incienso, mirra y otros ingredientes. En el Quijote, la palabra bizma y el verbo bizmar (aplicar bizma) aparece en numerosas ocasiones como modo de aliviar los golpes y contusiones que el caballero de la Triste Figura sufría en sus aventuras.

El símil con el buen médico

Era como el buen médico que le pide al enfermo los motivos más insignificantes del mal que padece y de su historia para saber cómo ha de curarle.

Segunda parte. Capítulo 2

Leyendo estas letras no pude más que pensar en el tipo de medicina y de médico al que debía aspirar. Centrada en el paciente, narrativa, eficaz y segura. Y al menos en mi experiencia, una de las maneras más apropiadas para aproximarse al paciente de ese modo es a través de la medicina integrativa y la homeopatía.

La migraña de Maximiliano Rubín

Sintió un entorpecimiento particular acompañado del presagio del mal. La atonía siguió con el deseo de sueño no satisfecho, y luego una puntada detrás del ojo izquierdo, la cual se aliviaba con la compresión bajo la ceja.

El paciente daba vueltas en la cama, buscando posturas sin encontrar la del alivio. Resolvíase luego la puntada en dolor gravitatorio, extendiéndose como un cerco de hierro por todo el cráneo. El trastorno general no se hacía esperar, ansiedad, náuseas, ganas de moverse, a las que seguían inmediatamente ganas más vivas aun de estarse quieto. Y después aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo.

Parecíale que la cabeza se le abría en dos o tres cascos, como se había abierto la hucha a golpes de la mano del almirez.

¿Tienes ya el clavo? Le preguntó en voz muy baja. Te pondré láudano.

Había aparecido el clavo, que era una sensación de baquetilla de hierro caliente atravesada desde el ojo izquierdo a la coronilla. Después pasaba al ojo derecho este suplicio, algo atenuado ya.

Segunda parte. Capítulo 4.

Provocado sin duda por las emociones y lo que ahora llamamos situaciones estresantes, había aparecido el temido acceso.

Por la descripción de Galdós y según el Comité de clasificación de la cefalea de la Sociedad Internacional de Cefaleas (IHS), podríamos asegurar que Maximiliano padece migrañas sin aura.

La migraña sin aura es una cefalea recurrente con episodios de 4-72 horas de duración, siendo las características típicas del dolor su localización unilateral, el carácter pulsátil, la intensidad moderada o severa, el empeoramiento con la actividad física y la asociación con náuseas o fotofobia y fonofobia.

Galdós describe minuciosamente un episodio agudo de una cefalea vascular, muy posiblemente, como decíamos, una migraña sin aura, pero también nos informa de la localización, las circunstancias etiológicas, las sensaciones, modalidades y concomitancias aportando rica semiología homeopática.

Las bondades del láudano, el medicamento que emplea Maximiliano Rubín

Ahora disponemos de muchos tratamientos, tanto sintomáticos como profilácticos cuando es preciso su empleo, para poder ayudar a los pacientes con migraña, pero en el siglo XIX no era así.

Aunque cincuenta años antes Sertürner había conseguido demostrar que la morfina era el principio activo analgésico del opio y sus alcaloides, y además de la morfina la narceína, la codeína y la papaverina, en el caso de las migrañas de Maximiliano Rubín el tratamiento descrito era el láudano.

Inventado por Paracelso (1493-1534), el gran alquimista suizo, que lo consideraba una panacea, el láudano era una tintura alcohólica de opio preparada con vino blanco, azafrán, clavo, canela y otras sustancias, además de opio.

Thomas Sydenham (1624-1689), conocido como el Hipócrates inglés, propuso una nueva receta del medicamento de gran éxito y difusión que se conoció como láudano de Sydenham***:  Para él, era el único medicamento merecedor de ser tenido en cuenta, hasta el punto de decir que si echáramos todos los medicamentos al mar, menos el opio, sería una gran desgracia para los peces y un gran beneficio para la humanidad.

En la Francia del rey Sol, su principal representante fue el abate Rousseau. Su receta de láudano contenía un 20% de opio y alcohol al 60%, con levadura de cerveza. Usuarios como Richelieu, Colbert y el propio Luis XIV le llevaron a un doctorado honorífico por la Sorbona y la creación de un laboratorio especial en el Louvre.

El siglo por excelencia del láudano fue el XIX. Charles Dickens o Arthur Connan Doyle tomaban láudano para curarse de su bloqueo como escritores y Charles Baudelaire describió poéticamente los efectos del opio y del hachís en Los paraísos artificiales. Además, en ese siglo, se hicieron múltiples fórmulas y preparados de este elixir, como el láudano líquido de Londres, el jarabe Mrs. Winslow’s, el láudano líquido tartarizado o el láudano balsámico.

En España, en la época en la que Galdós escribió la novela, se describe detalladamente cómo se formula el vino de opio o láudano de Sydenham en el Compendio de terapéutica general, materia médica y arte de recetar del Dr. José Alonso y Rodríguez, editado en 1873.

El láudano**** fue un medicamento empleado hasta el siglo XX (estuvo en las farmacias españolas hasta 1977) para tratar cualquier tipo de dolor, la ansiedad y el insomnio y la diarrea. Por eso, se empleó en el cólera, la disentería y la malaria.

La incapacidad de entender y ayudar a los demás del cura Nicolás Rubín

Era como los médicos que han estudiado el cuerpo en un atlas de anatomía. Tenía recetas charlatánicas para todo, y las aplicaba al buen tuntún, haciendo estragos por donde quiera que pasaba.

Segunda parte. Capítulo 4

Cuando mis manos pasaban las hojas y mi mente reflexionaba sobre lo leído, pensé inmediatamente en esa forma de relación médico-paciente paternalista o sacerdotal, en la que se establecen diferencias entre ambos protagonistas basada en la falta de firmeza (infirmus) del paciente. Un tipo de relación que debería estar ética, legal y clínicamente obsoleta. Pero seguimos viendo situaciones que nos hacen pensar que este modelo tan antiguo de comportarse con los pacientes no está todavía superado completamente.

Aquellos que de este modo se comportan (y ninguno estamos libres de caer en el error ante determinados pacientes o circunstancias) por convicción o aprendizaje, me recuerdan a este personaje de la novela, ignorante y soberbio.

Sin embargo, a veces, es el propio paciente el que delega la responsabilidad de la toma de decisiones dejándolo todo en manos del médico. Y el médico actúa como el tutor del paciente, determinando y poniendo en práctica aquello que sea lo mejor para él. Siempre hay excepciones.

La descripción de los venenos por Maximiliano Rubín

Vete enterando. Esta sustancia que ves aquí, blanca y en cristalitos es estricnina. Muerte segura y tetánica, y que produce mucha angustia, por lo cual no te lo recomiendo.

La atropina es ésta, y ésta la cicutina. ¿Ves? Polvos blancos. La cicutina tiene una ventaja, y es que con ella, se libró el señor de Sócrates, lo que la hace venerable. Ambos son venenos virosos, es a saber, que se queda uno durmiendo y en sueños se acaba,

¿Preferimos la digitalina que mata por asfixia? ¿O nos fijaremos en los mercuriales? Míralos aquí; el yoduro de mercurio, rojo; el cianuro de mercurio, blanco. También tengo un preparado de fósforo, que mata por envenenamiento de la sangre.

Pero, lo bueno está aquí, míralo; el verdadero ojo de boticario, la bendición de Dios. Esto sí que mata, y pronto. ¿Ves aquel polvo gris? Es la gelsemina, la maravilla de toxicación. Muerte instantánea.

Cuarta parte. Capítulo 1.

Mateo José Buenaventura Orfila, considerado el fundador de la toxicología, con los recursos analíticos de la nueva química y los métodos fisiológicos consiguió técnicas experimentales para detectar los venenos y aclarar su mecanismo de acción, publicándolo en su tratado de 1814.

En las dos primeras décadas del siglo XIX se habían aislado principios activos como la emetina de la ipecacuana, la estricnina de la nuez vómica y el haba de San Ignacio, la quinina de la corteza de la quina o la veratrina de la cebadilla; y fue François Magendie***** quien con estos conocimientos sentó las bases de la farmacología moderna al proponer que las sustancias químicas contenidas en los remedios naturales debían poder ser aisladas y administradas a los pacientes, publicándolo en 1821.  

Samuel Hahnemann había publicado once años antes el Organon del arte de curar, después del estudio de la toxicología de las sustancias y principios activos conocidos en la época (que fue básico para sentar las bases y la creación de su sistema terapéutico), las pruebas de automedicación (él y sus seguidores analizaban los efectos del producto en su propio cuerpo) y las experiencias clínicas con la quina y la belladona, por ejemplo, en dosis mínimas. Fue un adelantado en la creación de la terapéutica experimental e insistió en la necesidad de utilizar medicamentos simples y en conocer bien su actuación, algo que es de plena actualidad.

Los médicos homeópatas conocemos bien la toxicología de los principios activos enumerados por Maximiliano Rubín y de los introducidos en la terapéutica desde las primeras décadas del siglo XIX como Nux vómica, Ignatia amara, Stramonium, Belladona, Aethusa cynapium, Phosphorus o Gelsemium sempervirens.

En la actualidad, muchas de las intoxicaciones por estas sustancias son accidentales, siendo un ejemplo de ello la intoxicación por estricnina (alcaloide de la nuez vómica y de otras especies del género Strychnos que se usa como pesticida), debida a que por su sabor amargo y efecto anestésico local se utiliza para adulterar drogas ilícitas como la cocaína y la heroína.

Paracelso, padre de la toxicología, decía que la dosis hace el veneno. Este aserto sigue estando vigente en la medicina actual, de modo que sabemos por ejemplo, que la digitalina puede mejorar el ritmo cardíaco y ser de utilidad a pacientes con enfermedades del corazón, pero también  producir intoxicación digitálica en función de la dosis, o que la atropina es un fármaco anticolinérgico que se emplea como medicamento en oftalmología, cardiología, urología y en el tratamiento de la intoxicación por organofosforados, pero que puede provocar efectos secundarios relacionados con su toxicidad y envenenamiento por plantas como Datura stramonium o Atropa belladonna (que contienen la atropina).******

La dosis hace el veneno. Y no existe ningún libro que no enseñe algo. La novela de Don Benito Pérez Galdós está llena de experiencias vitales, de historia, de reflexiones filosóficas y de medicina.

Sea este humilde artículo mi homenaje a uno de los más grandes escritores y hombres ilustres de nuestro país, capaz de dibujar como nadie los rasgos y caracteres de las personas de la época a través de sus personajes, verdaderos protagonistas de sus obras, como son los pacientes los verdaderos protagonistas de las obras de los médicos.

Bibliografía

Notas

* Desfilan en el transcurrir de la narración personajes históricos como Amadeo I, Isabel II, Alfonso XII, Prim, Serrano, O’Donnell, Figueras, Salmerón, Castelar, Cánovas, Sagasta, Martínez Campos, Serrano y Pi y Margall y acontecimientos como el sexenio democrático, la primera república, el golpe de estado de Pavía, el pronunciamiento de Sagunto, las guerras carlistas y la restauración de la monarquía, además de los múltiples hechos de ultramar.

**El bálsamo tranquilo del Padre Aignan se elaboraba a partir de hojas secas de beleño (50 gr.), belladona (50 gr.), solano negro (50 gr.), estramonio (50 gr.), adormidera (50 gr.), todo ello sumergido en 200 gr. de alcohol durante un día; pasado el cual se añaden 500 gr. de aceite de adormidera. Se calienta todo durante 6 horas al baño maría, y se añaden luego unas gotas de esencia de tomillo, espliego, romero y menta.

*** Láudano de Sydenham: Opio de Esmirna: 200 g, azafrán cortado: 100 g, canela de Ceilán: 15 g, clavos de especia: 15 g y vino de Málaga: 1600 g.

**** El láudano fue un medicamento cuyo nombre procede del latín ladănum, y a su vez del griego λάδανον, goma de la jara. Su principio activo más importante era la morfina, aunque incluía cantidades menores de codeína y de narcotina.

***** Empleó la emetina, la estricnina, la morfina, el opio, el ácido prúsico, el cianuro de potasio, la narcotina, la narceína, la codeína, la veratrina, la quinina y la cinconina. ****** Nombre puesto por Linneo pensando en Átropos, la más antigua de las tres Parcas, cortadora del hilo de la vida. El “apellido” belladonna tiene que ver con el uso que hacían de ella las mujeres italianas para dilatarse las pupilas y lucir más hermosas.

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